Jesús Formigo /ICAL - 'El Museo Mínimo' es un nuevo espacio para el arte en Salamanca
SALAMANCA - CULTURA
Domingo, 21 de Diciembre de 2025

Al borboteo del arte

Javier A. Muñiz - El Museo Mínimo recupera en Salamanca un espacio para el cultivo de las bellas artes, la identificación de las tendencias plásticas y el galerismo como actividad social de intercambio y dinamización cultural en la ciudad

Tal vez no sea necesario regresar a la fértil Florencia del Renacimiento, ni pasear por la ribera de un canal de Ámsterdam durante el Siglo de Oro de los maestros holandeses. Tampoco, tomar café en París, en pleno esplendor de las vanguardias, ni alternar por una tensa Berlín expresionista. Ni siquiera, a vuelapluma, aterrizar en Nueva York al arbitraje entre los abstractos y los modernistas. Nada de eso. Pero, en una ciudad como Salamanca, cuna de Antonio Carnero, Zacarías González o Isabel Villar, hogar de Florencio Maíllo y Miguel Elías, por qué no contar con un espacio para el cultivo de las bellas artes, la identificación de las tendencias plásticas y el galerismo como actividad social de intercambio y dinamización cultural.

A apenas cinco pasos de la Gran Vía, en el número 17 de la calle Correhuela, al pie de una pequeña escalera a la que se accede por una depositaría de antigüedades y artículos decorativos, se excava el Museo Mínimo. Un pequeño sótano en pleno centro de Salamanca, convertido en acogedor rincón para favorecer la cocción, a fuego lento, de un ecosistema artístico a nivel local. Allí, al borboteo del arte, recibe a Ical el galerista Adolfo Hernández, pintor de profesión, y alumno, como tantos otros, de la Escuela de Nobles y Bellas Artes de San Eloy, cantera inagotable que ha pulido los mayores talentos que ha dado esta ciudad. Al margen de su obra, trabajó durante tres años en Artis, una de las muchas galerías que el Tormes fue engullendo hasta que no quedó ninguna.

Fue en 2018 cuando Adaora Calvo, último bastión de resistencia, ahora instalada en Madrid, dejó a Salamanca en estado de plena orfandad que, hasta la irrupción del Museo Mínimo, iba camino de prolongarse por ocho años. “Las salas públicas se vuelcan más en pintores ya consagrados, la mayoría fallecidos, que marcaron una época pero no reflejan lo que es el mercado del arte”, reflexiona en declaraciones a esta agencia. En su discurso, Hernández reivindica la figura del galerista como bisagra de paso al mercado para los pintores emergentes. “Es el que dice esto sí, esto no, esto es vendible, esto encaja con los gustos del público”, matiza.

En esencia, desde su punto de vista, es el galerista, el antiguo marchante que iba llamando a las puertas de los coleccionistas cargado de láminas, quien tiene el criterio para identificar “lo que funciona, lo que es atractivo” y, por lo tanto, lo que puede conectar mejor con el comprador. Con todo respeto, apunta que “un señor de un museo, que puede ser muy solvente, a lo mejor está un poco alejado de lo que es el gusto del público que puede comprar el arte y disfrutarlo”. Sin embargo, las galerías están “al pie de la calle”. “La entrada es libre y puedes venir, volver, hablar con el artista o con el galerista, y es diferente porque existe un diálogo”, señala.

Romanticismo e inversión

Sobre las salas públicas de exposiciones, que sí gozan de variedad en la ciudad, aunque defiende su valor y utilidad, Adolfo Hernández sostiene que no representan un espacio adecuado para los pintores que empiezan porque, por lo general, puede haber una lista de espera de “dos o tres años” para exponer. “En Salamanca, sin ir más lejos, hay buenos artistas, que no son aficionados, sino profesionales, pero no pueden dar salida a sus obras y, al final, quedan casi para ellos, para sus amigos, para su círculo, porque no tienen un espacio expositivo. Esperar dos o tres años por una exposición es que te haces viejo, no te compensa, ya no te apetece hacerla”, lamenta.

Aparte de brindar una oportunidad a los pintores emergentes y locales, aunque no solo, el galerista insiste en que se trata de “dinamizar la vida culturar” y tejer una escena pictórica con una vertiente social. “El pintor es un ser bastante solitario, un hombre que se mete en su estudio, se tira siete horas pintando y no ve a nadie. Entonces, a veces son personas que no se comunican bien y viven en un mundo un poco aislado. Y eso no es bueno. Viene bien un sitio en el que puedan encontrarse con gente que es amante del arte, coleccionistas, periodistas, gente que lo conoce y le aporta una dinámica. No puedes vivir aislado. No es bueno vivir completamente como en una torre de marfil”, resume a este respecto.

Por otro lado, el galerista salmantino, autor del libro ‘Apuntes de pintor’, editado en 2023 por Almarante, reivindica el valor de la obra única dentro de un negocio que, a la postre, pendula entre el romanticismo y la inversión. Si compras un cuadro original, lo tienes tú y no lo tiene nadie más”, recalca, describiendo una suerte de cortejo durante el que parece que es la obra quien acaba por elegir al comprador. “Tienes que enamorarte del cuadro. Te va conquistando, te va seduciendo. Es como una historia de amor, como si hablaras con el cuadro. Es lo que te sugiere, lo que te evoca. Muchas veces, lo que ves en un cuadro es lo que tienes en ti mismo. Es como un espejo”, reflexiona.

Es posible amarlo u odiarlo, por tanto, en función de tu propia experiencia vital. “La obra de arte funciona un poco como las relaciones humanas. Tiene el valor de que no es un cuadro cualquiera, sino que lo has elegido tú. No son cosas de usar y tirar, no es una prenda de ropa que al cabo del tiempo la tienes que tirar porque se ha roto, sino que permanecen en el tiempo, forman parte de tu decorado sentimental. Están en tu casa, en tu lugar sagrado, es lo que adorna tu vida y lo que refleja en realidad cómo eres”, sugiere.

Matrimonio entre pinceles

Para inaugurar la galería, el Muso Mínimo propone una exposición, titulada ‘Piedra y piel’, que reúne obras de José Luis Pérez Fiz y Teresa Gómez Berrocal, dos pintores contemporáneos salmantinos que, además, estuvieron casados hasta el fallecimiento de él en 2014. Apenas una veintena de obras combinadas, con precios que oscilan entre los 450 y los 1.000 euros, que destacan por su calidad, en opinión de Adolfo Hernández, quien califica como “un lujo” contar con dos pintores que “marcaron una época” en Salamanca. ‘Geometría, color y vida compartida’ es el subtítulo de una muestra que permanecerá en la sala hasta la conclusión del mes de enero.

En concreto, la trayectoria de José Luis Pérez Fiz se caracteriza, según el galerista, por una “constante y rigurosa evolución”. Se inició en la figuración en los años 50 y 60 y evolucionó hacia la experimentación informalista en los 70, creando sus distintivos “paisajes imposibles” con materiales diversos. En los 80, profundizó en la abstracción geométrica mientras consolidaba su carrera académica en la Facultad de Bellas Artes de Salamanca. Su etapa final, en los años 90, está marcada por el regreso a la materia, especialmente la tierra, y su dedicación al paisaje, convirtiendo a su ciudad en el motivo esencial de su obra.

Por su parte, la trayectoria artística de María Teresa Gómez Berrocal nace de la Escuela de San Eloy, donde forjó una obra marcada por “una sensibilidad profunda y un denso cromatismo”. Los especialistas destacan, según Hernández, que su arte es “un triunfo de la emotividad sobre la racionalidad”, revelando una personalidad delicada y un trabajo que gana con el tiempo en “pasión, intimismo y poética sinceridad”. Sus lienzos, a menudo de temática femenina en sus inicios, presentan un universo particular que combina ternura con un lirismo a veces dramático. A medida que su carrera evoluciona, el enfoque se desplaza hacia el paisaje, donde Gómez Berrocal logró acentuar “el carácter místico y enigmático de su composiciones, manteniendo intacta la dulzura que siempre caracterizó su firma”.

“Dos artistas esenciales que se resisten a desaparecer”, según Adolfo Hernández, quien resume que Pérez Fiz destaca por “su rigor geométrico elevado a categoría artística”, con su “maestría en el manejo de los espacios y la proporcionalidad”, así como en el empleo de materiales alternativos para la configuración de su obra. Por su parte, concluye el galerista, Teresa Gómez Berrocal apela en sus pinturas a la intensidad emocional, “invitando a ver bajo la superficie de sus óleos”. “Nuestros dos pintores representan a la perfección los dos polos, masculino y femenino: la firmeza y la vulnerabilidad, la reciedumbre y la emoción. Esta combinación de energías tan poderosas, esencial para comprender la vida, es el motor de la exposición”, finaliza.