Sábado, 16 de Noviembre de 2024
Isabel Mellén: “La historia nos dice que la sociedad del pasado era tan diversa como la nuestra, pero nos han vendido que el sexo era pecado”
Canecillos, capiteles, ventanas y portadas que descubren la lujuria labrada en piedra. Castilla y León es uno de los lugares donde más temática sexual se encuentra en las iglesias románicas, principalmente en Zamora y en el eje que une el norte de Palencia y el límite con Cantabria. Son ejemplos llamativos. “Es el caso que nadie se espera”, señala la filósofa alavesa Isabel Mellén, quien acaba de editar ‘El sexo en tiempos del Románico’ (Crítica), en el que hace una reelectura de la intimidad en la Edad Media, con la ayuda de esculturas de iglesias de Castilla y León.
“La historia nos dice que la sociedad del pasado era tan diversa como la nuestra, pero nos han vendido que el sexo era pecado, principalmente una parte de ese tejido social”, una afirmación que realiza, en declaraciones a Ical, tras un exhaustivo análisis para la elaboración del libro, y que le hubieran dado, admite, “para escribir otro más”. De esta forma confronta con quienes históricamente han considerado que estas esculturas se esculpieron para criticar el pecado de la lujuria y reprobar el pecado de una forma explícita.
“Como estrategia sería la peor del mundo; cuando quieres crear un tabú no lo expones y lo explicas, sino que lo convertirías en un secreto. A nadie se le ocurre mostrar pornografía en un colegio para decir a los niños que esto no se hace. Eran conscientes de que tenían que mostrarlo, y quienes lo hacían eran los nobles”, algo que identifica por los trajes, y que además eran los que tenían el poder religioso en la época y no la Iglesia.
Templos como los de Santiago el Viejo, en Zamora, Matalbaniega, Cillamayor y Revilla de Santullán, en Palencia. Muy cerca destaca uno de los 57 canecillos de la iglesia de San Cornelio y San Cripriano, donada por Sancho IV, en 1252, al Monasterio de Santa María la Real. O la iglesia de San Miguel de Fuentidueña, en Segovia, y la de San Quirce, en Hontoria de la Cantera, en Burgos.
También en capiteles “mutilados por la censura”, en la iglesia de San Martín de Tours de Frómista, que ahora residen en el Museo Arqueológico de Palencia, que muestra dos figuras desnudas acompañadas de serpientes y otros personales
Aunque la “máxima expresión”, señala Mellén a Ical, se sitúa en la Colegiata de Cervatos, en Cantabria, a solo 15 kilómetros de Aguilar de Campoo, en el que máscaras, onanistas, bestias copulando, seres itifálicos, damas provocativas conforman una inquietante vorágine para la cual no hay una explicación clara, sino disfrutar sin tabúes, porque han permanecido 800 años y no se esculpieron para permanecer ocultas.
Mellén menciona en su libro el caso del friso de la Catedral de Ávila, donde la Virgen María da el pecho a sus criaturas “o se muestra abierta sin actitud sexual”. En un capitel de la iglesia de Santa Marta de Tera (Zamora) “se representan almas como figuras infantiles desnudas renaciendo de una mandorla con reminiscencias vulvares”.
El poder de la nobleza
La autora recuerda que en estas representaciones se observan mujeres a punto de ser penetradas, en la postura del ‘perrito’ o imágenes de carácter homosexual. “Estos capiteles nos reflejan que el capitel rompe todos los esquemas de todo lo que se nos había vendido a nivel sexual. La iglesia dice lo que dice y el caso que le hacen en esa época es muy relativo. Ese capitel lo desmiente”, apunta Mellén a Ical, quien sostiene que durante los siglos XIX y XX existía un “tabú al hablar de sexo y se evitaba hablar de la anatomía masculina y, sobre todo, femenina”. “Quien más y quien menos practica sexo. Es algo muy básico en la vida”, defiende la filósofa, quien cree que es necesario desterrar el uso de la sociedad cuando se investiga un tema antiguo. “Aplicamos nuestras posiciones contemporáneas al pasado. Yo no hablo latín ni castellano antiguo como esta gente y ahora tenemos otras ideas respecto a la naturalidad y lo aplicamos mucha veces hacia el pasado”, manifiesta.
A su juicio, en los últimos 200 años, tras el Concilio de Trento (cuando la Iglesia toma el poder religioso), se ha manifestado “ese tabú tan interiorizado, con visión hacia el pasado”, mediante el cual “se ha creado un bulo historiográfico”. “Nos hemos creído a pies juntillas lo que nos decían en lugar de investigarlo. Ahora cambian las relaciones sociales, hay en un montón de cambios y estamos volviendo a ver el pasado con otros ojos”, justifica.
El libro de Isabel Mellén se centra en el modelo social nobiliario y el que procede de la iglesia, que es el “de tabú y celibato”, dado que la mentalidad sexual de las clases bajas era distinta. “Las imágenes que incluyen en sus templos es propaganda política, de linaje, hacen política a través de la familia, del matrimonio”, sentencia. En el románico, el sector eclesiástico “no tiene poder político, pero lo quiere, aunque el Papado es muy débil y la religión está en otras manos, pero no de la jerarquía, sino sobre todo de las mujeres y clases laicas, que son las que impulsan este tipo de representaciones en las iglesias”.
En ese sentido, la Iglesia, como institución, propone la reforma gregoriana, que “tiene que ver con el comportamiento sexual”, tanto el de sus primeras filas, tales como monjes y sacerdotes, y “controlar los matrimonios y la sexualidad laica”. “En resumen, arrebatar el poder a la nobleza. Ahí empiezan, pero nadie les hace caso y son objeto incluso de mofa y burla”, hasta que lo consigue en los siglos XIX y XX, cuando también “empiezan a intervenir en la educación”.
El eje cántabro-palentino
Isabel Mellén da su respuesta sobre las razones por las que el eje cántabro-palentino es ejemplo de este tipo de arte. “Las mujeres de la nobleza eran las que construían las iglesias y dirigían la vida religiosa de la familia. En Palencia es manifiesto el matronazgo femenino. Hay documentación y sabemos quiénes la crearon e incluso hay nombres propios del mundo laico. En otros casos, con la iconografía sabemos si son nobiliarios o no porque esa gente solo hablan de sí mismas, de su estatus social; y luego aparecen escenas híbridas y religiosas”, sostiene.
Explica que el sexo nobiliario “solo buscaba la reproducción” y se consideraba que mujeres y hombres “emitían la semilla, lo que se traducía en que eso significaba que ellos tenían que satisfacer a las mujeres para dejarlas embarazas a las mujeres”: “Se tenía en cuenta el placer femenino, pero en principio no se debía practicar sexo violento para reproducirse. No aparecían violaciones, porque estas representaciones solo pretendían presumir, y eso lograba lo contrario”.
El armamento ofensivo: penes y vulvas
Por último, en otro de los capítulos se observa como el armamento ofensivo es reflejado con simbología sexual. Si se utiliza como fuente de metáforas cotidianas los romances, los ‘fabliaux’, y la poesía cortesana popular, se encuentran referencias que pueden contextualizar algunas imágenes enigmáticas del románico.
Mellén narra que es bien conocido que el armamento medieval ofensivo (flechas, lanzas o espadas) se utilizaba para hacer referencia a los órganos sexuales masculinos, mientras que el defensivo, especialmente el escudo, simbolizan los femeninos. Como ejemplo, es lo que trate de aludir el curioso capitel de la iglesia de San Pedro Apóstol de Villacián de Losa (Burgos), en el que un caballero sujeta una ballesta con una mano mientras porta en la otra un escudo con una sospechosa semejanza con una vulva.